Desde el barro y los cartones hemos crecido. Son 150 años que hemos sido vistos con miseria, pero les estamos demostrando que la 13 se pinta diferente, aunque la violencia se reduzca, seguimos luchando desde nuestros hogares por la paz. Aunque este recorrido se haya acortado, nuestro trabajo no. El arte y la música han recobrado la memoria, alejando a nuestros hijos de las pandillas y educando.
Huyendo de nuestro bello barrio, corriendo de las balas y escapando de un destino maltrecho. Con mis hijos en brazos camino a la ciudad del futuro, solo hasta que alcanzo lo alto de la montaña encuentro lugar para los cuatro; los días pasan y la casa se forma a punta de palos y tablas de madera que los niños y mi mujer encuentran por ahí.
Todos corren como nunca. Antes se tenía que lidiar con las agresiones de las bandas, que no querían vernos vestidas con escotes, que nuestros hijos y maridos a casa sanos y salvos, sin ser reclutados por algún grupo armado. Pero ahora la lucha es por sobrevivir en un lugar donde reina el caos y la protagonista es la muerte, deja como únicos testigos a viejos, mujeres y huérfanos.
Diecisiete años y sigue la violencia en esta tierra que quiero tanto, las vacunas no se hacen esperar y las amenazas son el pan de cada día. Y me lo repiten, que deje de ayudar a las que siguen buscando a los suyos, que deje de meterles en la cabeza a las mujeres que pueden ser líderes y que deje de criar hijos ajenos.
La lucha del género femenino por emanciparse -en todos los sentidos- es tan antigua como el tiempo que ha llevado en pie la humanidad. Hemos visto ya, a burguesas y obreras totalmente adueñadas de varios movimientos sufragistas a partir de la Revolución Francesa; hemos leído sobre mujeres blancas y negras defendiendo juntas el abolicionismo al sentirse igualmente esclavas de sus esposos y amos, respectivamente; y además, hemos sido también testigos de una revolución sin descanso que desde los 70 ha escalado de a pocos para conquistar todos esos espacios en los que aún permanecemos relegadas.