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Todos corren como nunca. Antes se tenía que lidiar con las agresiones de las bandas, que no querían vernos vestidas con escotes, que nuestros hijos y maridos a casa sanos y salvos, sin ser reclutados por algún grupo armado. Pero ahora la lucha es por sobrevivir en un lugar donde reina el caos y la protagonista es la muerte, deja como únicos testigos a viejos, mujeres y huérfanos.

Las calles nunca estuvieron tan pobladas, se ve a comandantes correr en todas las direcciones, de una casa a otra, acusando a unos de colaborar con otros grupos armados y las madres se sacrifican por sus hijos mientras ruegan a los ejércitos que no se los lleven.

Durante el día las balas suenan más que en otros tiempos, se ven personas tratando de correr y de llegar a San Javier, de pasar por invisibles a todos los retenes que hay. Así como llegaron aquí, así se van, sin nada en sus manos, sólo con lo que llevan puesto. 

El 17 de octubre sólo unos valientes salen a las calles. Mi hijo se alista temprano, ordena sus cosas y toma su maleta.

-Mijo, ¿usted para dónde va?

-Mamita tengo que ir a estudiar.

-¿Cómo se le ocurre que va a salir con lo que pasó ayer?

-Tengo que ir mamita.

-Bueno, espere me pongo los zapatos y lo acompaño a que coja el bus hasta San Javier.

Caminamos solo unas cuadras, llega el bus, le doy la bendición y se va. Llego a la casa, pero me quita la tranquilidad una vecina que dice que están parando todos los buses que van bajando. Dejo todo y corro lo más rápido posible. Veo dos coroneles dividiendo el grupo de los detenidos en dos filas, mi hijo está allí.

No lo pienso dos veces y con la sangre en la cabeza reclamo que mi muchacho no es ningún pillo. El hombre al mando se burla e ignora todo lo que digo, pero mi valentía no me ayuda a salvarlo. Se lo llevan.

Junto a varias señoras del barrio volvemos a casa, pero se escucha un estruendo que hace que nos refugiemos como ratones. El llanto de una madre desconsolada porque un petardo de los militares fulminó a su hija que salió a comprar pan, otros gritos de abuelas porque sus nietos dieron con una bala perdida o sus esposos fueron acusados de refugiar a bandas criminales.

Cada uno piensa en su familia, pero quién piensa en nosotros. Como somos de la 13 para el resto somos criminales y no merecemos perdón. 17 de octubre de 2002, a altas horas de la noche yo sigo esperando a mi hijo.

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