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Un fuerte golpe me levanta temprano. PUM. Un joven que nunca había visto llama a la puerta.

-¿Qué se le ofrece?

-Sólo es para recordarle las demás visitas, ya sabe, deje de insistir y haga su vida. Que tenga lindo día señora.

Diecisiete años y sigue la violencia en esta tierra que quiero tanto, las vacunas no se hacen esperar y las amenazas son el pan de cada día. Y me lo repiten, que deje de ayudar a las que siguen buscando a los suyos, que deje de meterles en la cabeza a las mujeres que pueden ser líderes y que deje de criar hijos ajenos.

¿Qué sería de todos si nos quedáramos quietos? Ya he sufrido mucho como para volver a los tiempos difíciles.

Entre las rimas de las canciones de rap y hip hop, los grafitis, los niños y niñas bailando y los turistas, algunos detalles pasan desapercibidos. Después de todo, el liderazgo pasó a manos de mujeres y jóvenes, quienes con diferentes ideas armaron de valor a todo este pueblo para que negaran la violencia en su tierra.

La educación se ha convertido en la portadora de la causa. Los mismos salones de los que salíamos corriendo para que ninguno nos agregara a sus filas, se convierten hoy en la memoria de la Comuna 13, la enseñanza viva y un aspecto que motiva a todos a plantarnos por la justicia.

El querer cambiar la historia va volviendo a pasos de tortuga para instalarse en la mente de los más pequeños, sólo con para oírlos decir “Orión, nunca más”.

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