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La lucha del género femenino por emanciparse -en todos los sentidos- es tan antigua como el tiempo que ha llevado en pie la humanidad. No nos volvimos lideresas sociales, sindicalistas, ni defensoras de derechos humanos gratuitamente. Lo hicimos porque la violencia y la guerra, día a día, nos tocaban de manera diferente; porque por nuestras luchas nadie, aparte de nosotras, iba a pelear, y porque, como dicen por ahí, ante un mundo estructuralmente machista, doblemente unidas y doblemente revolucionarias. Esta es la historia de muchas mujeres del mundo, pero también es la historia de las mujeres de la Comuna 13.

 

Así “empezó” todo

 

La historia de “la violencia” en San Javier ha sido contada ya mil y un veces, pero siempre es necesario volver a repasarla. En los 80 el ELN, las FARC y los CAP (Comandos Armados del Pueblo) se disputaban el control sobre la zona y el entonces presidente Álvaro Uribe Vélez, bajo su política de ‘seguridad democrática’ -y siguiendo los pasos de su predecesor Andrés Pastrana- vio en esto el motivo suficiente para arremeter contra los grupos armados, sin importar la población civil que podía quedar en medio. 

 

Uribe dio la orden y la Operación Orión se ejecutó (junto a otras veintitantas más), dejando como consecuencia más problemas de los que ya habían. No sólo se le cedió el poder territorial (que siempre ha sido el motivo de disputa) a distintos grupos paramilitares que acompañaron a plena luz del día al Ejército Nacional a incursionar en los barrios, sino que además, se cometieron múltiples violaciones a Derechos Humanos en el transcurso. Aunque las cifras varían considerablemente según la fuente (sobre todo en las estimaciones de desapariciones forzadas) se cree según un informe del Centro de Memoria Histórica que 88 personas fueron asesinadas  -17 por la Fuerza Pública y 70 por las Autodefensas-, 92 fueron dadas por desaparecidas (aunque varias organizaciones de la Comuna afirman que este número supera los 100), una docena torturada y 370, detenidas de forma arbitraria. Las mujeres de la 13; sin embargo, tuvieron que atravesar además de esto, por otro tipo de implicaciones diferenciadas de la violencia sobre sus cuerpos y experiencias. 


 

Las voces femeninas de la guerra: 

 

Se estima que debido a los enfrentamientos en San Javier, al menos 100 mujeres perdieron a sus esposos e hijos, quedando así como madres cabeza de familia. Esto no sólo las ha afectado en la medida en que -como es usual dentro del conflicto- muchas veces deben realizar dobles y triples jornadas de trabajo no remuneradas (dentro del hogar y para la subsistencia del mismo) poniéndolas en mayores condiciones de vulnerabilidad; sino que además; debido a los roles tradicionales y “responsabilidades extras” de cuidadoras y educadoras a los que están asociadas, pueden sufrir también implicaciones más graves en su salud mental al no poder lidiar con la culpa, ansiedad y angustia que les genera no “haber podido evitar” desenlaces nefastos respecto a sus allegados, esto sin mencionar los devastadores efectos que la pérdida de sus familiares tienen sobre ellas: 

 

“Muchas de las cuidadoras de las guarderías fueron mujeres víctimas del conflicto armado que llegaban y les quitaban todos los alimentos y dejaban sus hijos con hambre...También tenemos a las madres dolientes que fueron las mamás a las que les mataron y les desaparecieron sus hijos y en seguida venían los grupos guerrilleros a pedirles comida y dormida” .  (Paola Rivas, Las Berracas )

 

“Una compañera… Ella es coordinadora en un colegio y me decía: “estoy súper preocupada porque la salud mental de las mujeres está mal y si la salud mental de las mujeres está mal, los hijos están mal, toda la comunidad está mal, qué vamos a hacer”, me decía…” (Citado por la Comisión de Verdad y Memoria de la Ruta Pacífica por las Mujeres)

 

Este tipo de situaciones se pueden complejizar más si las mujeres en cuestión además participan en liderazgos dentro de la comunidad, lo cual puede implicar que varios de estos hostigamientos se intensifiquen en razón de sus labores sociales, lo que puede hacer decaer más su salud mental y calidad de vida, perjudicar sus relaciones personales y obligarlas incluso en muchos ocasiones, a desplazarse de sus territorios para evitar ataques en contra suya, o de sus familiares. 

 

“En lo psicosocial hoy estoy muy afectada. Toca poner una carita para estar en la sociedad y no hacerles daño a muchas personas que lo rodean a uno. Entonces uno tiene que manejar el impulso, la ansiedad, el miedo, el terror porque hay veces nos llenamos de terror… Ya no me asomo al balcón de mi casa ni a la ventana porque me da pánico, porque ahora las armas son con silenciadores. Han hecho disparos muy cerca del lado de uno, uno ve que dan en la pared y dice ¿es para uno o para quién es? Hay momentos en los que uno no es capaz. Toda esta problemática que hemos pasado en la Comuna 13 y con nuestros seres queridos, nos ha traído a nosotros mucho dolor y ese dolor se refleja. De vivir acumulando tanto dolor, tanta frustración, tanta injusticia, en nuestro cuerpo la salud no es la mejor, es deteriorada completamente. Hay momentos en los que uno no puede caminar… este pie me duele, todo se le mete al cuerpo, a la salud y muchos problemas que no sé cómo explicar porque están dentro del ambiente de uno. Yo quiero salir corriendo y no parar, y que me venza el cansancio”. (Citado por la Comisión de Verdad y Memoria de la Ruta Pacífica por las Mujeres)

 

Las agresiones sexuales, por otro lado, han sido utilizadas históricamente como armas e instrumentos de humillación y terror; donde el cuerpo femenino funciona a modo de trofeo. 

 

“Hay una cantidad de mujeres que fueron violadas. Tenemos dentro de la Comuna 13 casas donde metían mujeres toda la noche y las violaban. Hubo una época donde las mujeres se volvieron carnada entonces las asesinaban y les cortaban el abdomen y no se podían poner escotes porque en esa parte que ellas mostraban, eran cortadas”. (Paola Rivas, Las Berracas)


 

Sanar y reparar: tejiendo sororidad y memoria 

 

La reparación simbólica puede venir en muchas y distintas formas, por ejemplo, en de la una sentencia de la Corte Constitucional (que reconozca, por poner un caso, la responsabilidad de los victimarios dentro de un hecho violento); o también, dentro de actos artísticos o políticos donde las personas puedan expresar, compartir, mostrar su duelo y hacer memoria. Aunque muchas veces el primer tipo de reparación sea más esperado que el segundo; a la final, la importancia y el fin en común de todos es uno solo: darle la posibilidad a las víctimas de sentirse escuchadas.  

 

Si bien es cierto que ha habido voluntad política de reparación frente a lo que podemos llamar “la violencia” en la 13 y que tanto la CIDH como la Sección Tercera del Consejo de Estado han condenado al Estado por violaciones “individuales” de Derechos Humanos - a Myriam Eugenia Rúa Figueroa, Luz Dary Ospina Bastidas, Mery del Socorro Naranjo Jiménez, María del Socorro Mosquera Londoño y Ana Teresa Yarce-, la posibilidad para que toda la comunidad sane un periodo tan extenso de guerra que no se limita únicamente a los tiempos de Orión, está lejos de ser un proceso colectivo.

 

“Construirnos como mujeres empoderadas no es fácil, no es fácil reconocer la gestión que hemos hecho por tantos años. Era necesario devolvernos a la memoria y a la historia y podernos sentar”. (Paola Rivas, Las Berracas )


 

Desde Mampuján en Bolívar, hasta la 13 de Medellín, las mujeres han tomado la vocería de distintos proyectos artísticos y políticos para sanar, tejer y construir alrededor del duelo, desde la autogestión y desde lo que sus experiencias particulares les han enseñado. 

 

Tanto en las Berracas -un colectivo de mujeres que en la actualidad cuenta con más de 240 miembros- como en la AMI (Asociación de Mujeres Independientes de Colombia), las mujeres de San Javier reconocen, a pesar de los hostigamientos y la persecución de distintos actores armados debido a sus labores como lideresas, nuevas formas de generar lazos entre personas que las hacen sentirse escuchadas y apoyadas.

 

“Fue un momento donde las mujeres empezamos a decir ‘No, aquí no van a venir, aquí no van a entrar’. Fueron pequeñas acciones donde las mujeres de manera autónoma, empezaron a hacer un tejido dentro de la comunidad, a demostrar que realmente hay un valor. Ya pasados los 90 encontramos a mujeres empoderadas dentro de la Comuna 13”.  (Paola Rivas, Las Berracas )

 

“Sí, y lo digo con mucha convicción, yo vengo de AMI y no soy capaz de ir a otra organización, porque yo miro a AMI y esa es mi lucha y sigo en mi lucha”. (Citado por la Comisión de Verdad y Memoria de la Ruta Pacífica por las Mujeres)

 

Ser mujer en la 13 -y más aún lideresa- no es nada fácil. A cada una de las que allí vive le ha marcado la guerra de una forma diferente: a muchas se les han llevado a sus esposos e hijos (y juntas se han organizado para Caminar por la Verdad), a otras han querido callarlas y amenazarlas (pero en el AMI han encontrado cómo expresarse) y a muchas tantas más han querido intimidarlas tomando poder sobre sus cuerpos, pero nada, ni siquiera eso les ha quitado las ganas de continuar. 

 

A estas mujeres les tocó unirse para no dejarse caer, les tocó encontrar luchas comunes para así hacerse más fuertes y les tocó también, entre ellas, mantenerse resilientes, teniendo muy claro que si un día ellas se derrumban, todo San Javier lo hará también. Ellas han pasado a las historia -como otras tantas- por tener la valentía, ante un mundo tan machista, de ser doblemente revolucionarias.

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